Y… ¿de dónde eres? De Reinosa; ¿sabes dónde está? En Cantabria (uno se apresura a decir, para evitar toda duda). –Y entonces debes explicar (por lo general, con cierto desaire), que no es Santander, sino Cantabria. Y aprovechas entonces a relatar por qué existía hasta hace muy poco un fenómeno paranormal en el espacio meteorológico televisivo, por el cual Reinosa no aparecía en los mapas del tiempo, a pesar de ponerlo una y otra vez como ejemplo de la temperatura mínima alcanzada en todo el país.
Nunca falta el consejo de mi madre cuando anuncio la visita a Reinosa… “Tráete algo de abrigo, ¿eh? “ Y es que, tenemos un microclima. Es el culpable de que allí haga frío de enero a diciembre. Y también el creador del famoso “abrigo de verano” (aquel con el que sales a partir de las ocho de la tarde en pleno agosto) y del concepto “refresca”. Y de ahí, nuestro carácter campurriano, previsor. En lo más recóndito del mundo hallarás a un reinosano, incluso en la playa de Ipanema, cargado con un jersey de “por si acaso”.
Como si fuese ayer, aún recuerdo sentarme en la encimera de mármol de la cocina que albergaba en su interior la calefacción de carbón en casa de mis padres. Sobre las seis de la tarde y tras jornada escolar en el siempre querido colegio “Sanjo”, llegabas a casa, empapado, y el bocata de nocilla esperaba para ser compartido con Espinete y los suyos. El aroma del carbón quemado intentaba calentar aquellas tardes.
Todavía me recuerda hoy, alguna querida vecina de mi entrañable calle Santa Clara, cómo cuando observaba desde el segundo piso a mi pandilla, yo le pedía un trozo de su barra de pan, no porque tuviera hambre, sino porque “el pan de Aurora sabía diferente”. Eso sí que son vecinos, de los que entrabas en su casa como si fuese la tuya, de los que conoces y te conocen de toda la vida.
Poco después, y previa ejecución de la para mi interminable tarea “menesiana”, y con la estrecha supervisión de lo que supone tener una madre maestra, se autorizaba el “bajar a la calle” a jugar. Aquellas tres palabras, significaban libertad. Libertad en un niño de corta edad para el que jugar al garbancito, al rescate y al escondite con “los del barrio” era el mejor de los pasatiempos y recompensas.
En excepcionales ocasiones, no era tan bueno ser el hijo de Doña Tere y Basilio el del Banco Santander, ya que eso implicaba perder el anonimato, que en ciertas travesuras adolescentes tenía su aquel. Pero claro, compensaba, como compensaba ser el pequeño de cuatro hermanos (Mon, Teresa, y Javier Basilio) porque todo eran ventajas. Ventajas y orgullo de haber nacido en una familia con grandes valores, educación y los pilares del cariño, el esfuerzo y trabajo. Ese agradecimiento por todo lo que me han dado pervive en lo más profundo de mi corazón. Reinosa, reducto de cariño, familia y de amigos, de tiempo de descanso, de vuelta a casa, de calor familiar.
Nunca puedo olvidar el aroma y el sabor de la torta dulce, de los bollos de leche y otras delicias de la pastelería reinosana. Recuerdo un primero de noviembre que mi madre me envió a comprar unos pocos huesos de santo ya que había visita en casa, y me dio cinco mil pesetas (de las de entonces…) porque no tenía cambio. Aparecí en casa con cinco mil pesetas de huesos de santo…
Y mi querida Floristería, en la que con trece años empecé a trabajar, repartiendo flores y pude anunciar amor, cariño y alguna tristeza en muchas de las casas de mi ciudad y con la que Nataly me permitió asentar el sentido de la responsabilidad, la alegría y el trabajo en equipo.
Porque, después de casi quince años fuera, yo aún soy de los que discuto si de Reinosa a Santander “se sube” o “se baja”. De aquellos que transforman los diminutivos en –uco o en –uca. De los que explico que un chon es un cerdo, que las rabas son calamares, de los que cuando pregunto “qué arte”? me miran raro, y de los que la he montado cantando en cualquier parte del mundo “A la orilluca del Ebro” como si me fuese la vida en ello.
Yo ya he perdido ese acento con el que me decían cuando llegabas a otro sitio, que hablaba cantando, pero mantengo con orgullo ese leísmo y laísmo que a día de hoy aún no he conseguido corregir. Será que llevo en el inconsciente todos los bártulos de mi Reinosa.
Aún cuando vuelvo hoy, se me hace extraño eso de salir a la calle y dejar de ir embobado en mis cosas, como habituó a hacer hoy en mi Madrid. Porque en Reinosa, se sale a la calle mirando a ver a quien te encuentras, a saludar a gente que no ves hace mucho tiempo y que guardan un pedacito de tu niñez. Orgullo de ciudad para la que siempre seré un embajador de primera y con la que mi presente vive vinculado al pasado.
Agradecimientos especiales a Pilar Lorenzo – Directora Periódico El Cañon